Siempre que salía el rey a pasear por la ciudad, el pueblo lo
aclamaba enormemente. Las voces de alabanza que oía lo exaltaba en sumo grado;
pero había una voz que destacaba entre todas las demás.
Cierto día, quiso saber de quién era esos grandes gritos de
júbilo y vivas hacia su persona. Así que detuvo el cortejo y envió a sus
soldados a identificar hombre de bien, que daba vivas al rey con tanto ánimo y
sin cesar.
Encontraron a un viejo soldado sin piernas y sin brazos que
se agitaba con verdadera alegría. «¿Podía ser éste, el de las grandes voces?»,
se preguntó el rey al verlo llegar ante su presencia
-
Dime,
buen soldado, ¿por qué tantos ánimos por tu Rey?, ciertamente que estoy muy alagado.
¿A qué se debe tanta euforia? –preguntó intrigado el Soberano.
-
Ay,
mi señor es una vieja historia- le dijo.
El viejo soldado contó la vez que, labrando las tierras de su
padre y siendo muy niño, escuchó una voz que le decía: “Vivirás muchos años,
tantos como los de un Rey”. Y como los reyes no van a la guerra, supuse que
viviría muchos años. Por eso fui sin dudar, a todas las guerras que declaró su
majestad -desde los tiempos de su abuelo- contra sus enemigos y sobreviví a
todas ellas.
-
Siempre
me aferré a esa promesa-, culminó el soldado, dando un suspiro.
-
Pero
la verdad, es que has quedado mal, muy mal; sin piernas y sin brazos.
-
Pero
tengo corazón, mi rey, y aún no ha terminado la historia.
Intrigado el rey le invitó a proseguir:
-
Esa
voz me decía que debía confiar, ser fiel a mi rey, hasta el último de mis días.
-
Me
parece bien, fiel soldado. Sabio consejo.
-
Pero
hay una parte que no quiero contarle –le dijo el soldado.
-
¿Cuál,
buen hombre?
-
La
promesa -dudó-, es que no sé dónde, ni sé en qué lugar, la belleza, el
esplendor, la magnificencia de su reinado, se prolongará por siempre y para
siempre.
-
Oh,
gracias, una verdad revelada a mi buen soldado, fiel y valiente…
Entonces el soldado empezó a dar vivas al rey, a lo que todo
el mundo siguió fervorosamente. Y mientras el Rey se despedía, no sin antes
darle unas monedas al viejo soldado, las cuales éste, se negó a recibir,
pidiéndole que se acercara para decirle algo al oído:
-
El
final de la promesa, mi rey, es que el día que yo muera, usted morirá también….
Y lo mejor de todo, es que en el otro lado, cambiaríamos de lugar. Yo recibiré
todo lo que le di, y usted todo lo que me dio. -Y dirigiéndose a todos los que
estaban cerca, gritó-: ¡Viva el rey y la providencia le reserve todas las
bendiciones del mundo!
El rey definitivamente, no volvió a ser el mismo desde aquel
revelador día. Solo atinó a llevarse a viejo soldado a vivir a palacio y pedir que
lo cuidaran tanto como si fuera el mismo Rey.
Jaque al Rey – relatos esenciales.
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