lunes, 12 de agosto de 2013

El Torneo del Rey

Como todos los años, el Rey organizaba el torneo de fin de año, para elegir a los mejores guerreros y ordenar, si era posible, a uno que otro caballero, cuyos méritos de romper algún récord histórico, le daban el honor de sentarse a su mesa.

-   ¿Por qué, mi señor, -preguntó la Reina-, tiene que probar a sus caballeros cada año?

   El Rey, con la sonrisa amable y sincera que solo podía dar a la persona que supiera cómo inspirar ese sentimiento, pues, como decía su padre «los gestos muestran nuestras emociones y si quieres durar como Rey, debes saber controlarlos», amablemente, le respondió:

-  Hace muchos años le pregunté lo mismo a mi padre, el viejo Rey: ¿Por qué más alto, más rápido, más fuerte? –Y mostrando un pergamino, me enseñó los récords que sus caballeros habían alcanzado- ¿Ves?, me dijo, cada año se superan, cada año una vieja marca cae y otra nueva, se levanta.

La reina, aún sin entender y, con la bella forma de provocar la conversación haciendo preguntas, miraba atentamente el pergamino de las marcas alcanzadas por los más brillantes caballeros, volvió a preguntar.

-  ¿Y por qué gastar tanto dinero solo para ganar unas medallas de oro, plata y bronce, que ni si quiera son de oro, plata o bronce de verdad? No sería mejor destinar ese dinero a educación, salud, vivienda, por ejemplo, mi señor.

Entonces el Rey, volvió a mirar a la Reina con sus ojos tiernos de esposo enamorado -de esos que lo convertían en hombre, sin dejar por un instante de ser Rey-, le absolvió la duda.

-  No es el premio, mi reina, es simplemente para que todos en el reino, desde el más humilde obrero, al más diestros artesano; del noble profesor escolar al más alto investigador universitario; del más aguerrido soldado al más ingeniosos general-,  no se les ocurra nunca decir que algo, no se pueda hacer.
Luego, mirando al jefe del evento, dijo:

- Que comiencen los juegos.



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