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e todos los
perros que tenía el Rey, había uno que no gozaba de los triunfos de los galgos
corredores, ni de los premios de caza de los labradores; ni de los heroicos
galardones de los perros de guerra, cuando exterminaban al enemigo herido y
rendido en el campo de batalla. No. Este perro para nada era especial; al
contrario, vivía en la azotea de palacio.
Se quedó a venir ahí el día en
que ladró tanto y tan fuerte, que advirtió al rey de un gran enemigo: un águila
portando una tortuga. Y es que como su abuelo, el rey era calvo, y el águila
confundiendo su cabeza con una roca, le lanzó una tortuga, matando a su
antepasado. Por eso, por defender la vida de rey nieto, lo dejaron vivir en
palacio, pero en la azotea.
¿Por qué en la azotea, si salvó
la vida del rey?
Bueno, es que al bajarlo para que
se presente ante su majestad, vieron que era un perro “chusco”, sin raza. No
poseía el tamaño de un galgo, ni el estilo de un labrador, y menos el cuerpo de
una perro de guerra… Era, simplemente, un perro de la calle que nadie supo cómo
llegó ahí, a la azotea, o que alguno de los sirvientes de palacio lo escondió
ahí y no querían hacerse responsables, ni si quiera a favor de su noble acto
heroísmo. Fue por eso, por no tener “pinta” de perro real, que lo dejaron
seguir viviendo en la azotea de palacio, y recibir su porción de sobras reales
cada día.
Una mañana, el perro “chusco”
cayó de la azotea y se rompió una pata. El veterinario real, que atendía a los
perros del Rey, no estaba en palacio, porque estaba es la esquila de ovejas ese
día, así que no hubo quién atendiera a “chusco”. Fue entonces que lo dejaron a
las puertas del reino, mientras los soldados compartían algo de su rancho
diario, algunos mendigos trataban de aplacar su infinita soledad, y uno que
otro loco, le pasaba su locura para que no sintiese dolor.
Los vigías solo se percataron de
que chusco”, desapareció, la mañana en que el Rey preguntó por “chusco”, el
perro de la azotea.
- ¿Qué pasa que no ladra? -, preguntó con un
tono -no de preocupación ni sorprendido-, sino como para despertar la
“ociosidad” de sus guardias reales.
Entonces le explicaron que se
cayó, se rompió una pata, que no había veterinario para que lo atendiera y se
quedó ahí tirado y un buen día, desapareció.
- Pero le dábamos las sobras
todos los días, mi Lord –dijo un soldado, evitando un posible castigo.
-
Bah, un perro «techero», menos mal… - Y el rey siguió su paso como si no
fuera gran cosa; pero el “perro” de la azotea, no salía de la cabeza del rey, y
empezó a extrañó.
El rey recordó las veces que “chusco”
ladraba frente al peligro, la vez que le salvó la vida. Sus vigilias en tiempos
de guerra, y sus ladridos alegre en los tiempos de paz, cuando el Rey se
acordaba de él, tirándole uno que otro mendrugo a la azotea. Alertaba siempre cuando
era necesario, incluso ahuyentaba a alguna serpientes y aves de rapiña, que
merodeaban o sobrevolaban el castillo, como hizo la vez que cuidó la vida Rey
pelón.
- Pero no era un campeón como sus galgos
veloces, ni tan inteligente como los labradores, ni tan valiente como sus
perros de guerra - se dijo el Rey para amenguar su extraña nostalgia por
“chusco”. – Luego dijo:- No vale la
pena, hay que reemplazarlo, - sentenció el rey, cuando un poco de nostalgia en
su voz.
Entonces el jefe de la casa
militar de palacio, soldado fiel e inteligente le dijo al rey.
-
No sabe, usted, mi Señor, lo especial que era ese perro.
- ¿Qué tenía de especial? –dijo el Rey.
- Sabía de su salida y de su
entrada, mi Señor. Nosotros estábamos alertas siempre. Escuchábamos sus ladridos
y hasta sabíamos qué significaban. Divisaba a los enemigos de lejos, desde esa
humilde azotea. Nos ayudaba mucho, ese “chusco”.
- Eso no me preocupa a mí, menos a ti –dijo el rey
como disipando cualquier miedo, porque para eso era rey, para disipar, calmar y
tranquilizar a los demás en las batallas más duras. Era Rey de todos modos; y
ese era su principal misión, dar tranquilidad, apaciguar las aguas, esconder el
miedo, y seguir para adelante, por eso Rey: un artista para desviar la
atención.
- No lo contradigo, mi Señor, pero ahora
debe preocuparse…
- ¿Preocuparme? ¿Yo? ¿Por ese perro? –
respondió el Rey esbozando una sonrisa burlona.
- Sí, mi señor, porque “Chusco” está en manos del enemigo, y
el enemigo lo trata igual que a un perro, pero esta vez, como un perro real, mi
señor.
A partir de ese día, el rey no volvió
a dormir tranquilo hasta que vio a “chusco”, meneándole la cola, alegre y
juguetón, corriendo hacia sus brazos, lamiéndole la cara y… a todos sus
enemigos, detrás de él.
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