Se encontraba el Rey en una junta
con su ministro de economía para ver los asuntos diarios del reino, y había
citado al Ministro de educación para un proyecto de vital importancia: poner el
retrato del soberano, en todos los cuadernos de los estudiantes y aulas de todos
los colegios del reino.
El Ministro de economía tomó la iniciativa, y habló:
- El Jefe del ejército -pese a la
advertencia que le hiciera usted, en la anterior reunión-, mi lord, sigue
juntándose con los jefes navales y con los líderes de las cuadrillas de
dragones. Está acumulando demasiado poder y…
- Invítelo al retiro, dele una
buena pensión y que se vaya a su casa – respondió el Rey.
Pasaron al siguiente tema:
- El Ministro de Salud del reino
quiere que pongamos en todos los libros y cuadernos del reino, mensajes de
salud, educación sexual para niños, participación comunitaria y demás cosas, mi
señor. Y, como usted sabe, ya hemos decidido que vaya el retrato del Rey en los
hospitales también… pero insiste.
- Que se dedique a la huelga que
le vendrá dentro de unos meses, porque no pienso aumentar sueldos, con lo que
ganan ya es suficiente.
- ¿Le recortamos presupuesto,
Señor? Sí reclaman por el recorte y se olvidan del aumento.
- Me leíste la mente, mi fiel
ministro. ¡Aprobado!
El ministro de educación, que era
un hombre muy viejo y muy sabio, guardaba silencio:
- Y usted, señor Ministro de
Educación, ¿está de acuerdo?
- Me hizo recordar a un Rey muy antiguo,
pariente suyo, mi señor, que cuando algún noble caballero se levantaba en
armas, no preguntaba por qué. Simplemente, lo mandaba ahorcaba o le cortaba la
mano como escarmiento. Igual con quienes osaran escribir algo en contra de él.
Usted sabe, la pluma y la espada, son igual de letales cuando se dirigen en
contra de un Rey.
-
¿Qué tiene que ver con lo que estamos haciendo ahora, señor Ministro? –
se adelantó el Rey.
El Ministro de Educación, como si
no lo hubiera escuchado, prosiguió:
-
Supongo que es una buena forma de gobernar: Ahorcar, cortar la lengua, manos…
pies.
-
¡Qué horror! – Exclamó el Rey- ¿Eso sucedía en el pasado, mi viejo
Ministro? – respondió el Rey acentuando lo de viejo: Usted seguro estuvo ahí- y
soltó una carcajada.
- No veo la diferencia, mi señor…
-se adelantó el viejo Ministro-. A veces, le cortamos las manos a quién es un
peligro para nosotros, es lógico y hasta aceptable. Quitarle los pies, para que
no anden por ahí, yendo donde el rey no puede ni tampoco quiere. Quitarles
presupuesto a los ministros o pagando a los pregoneros del rey más de lo que
valen, para que canten hasta la canción que no quieren. Periódicos y artistas
suelen ser muy baratos
- Es el arte de gobernar –dijo el
Rey, quien siempre se ufanaba de ser bueno en eso. Luego le dijo para que
cortara su larga clase y probara su lealtad:- ¿No opina usted igual? En mi
reinado no hay sangre, señor Ministro: “matamos menos”.
Entonces el viejo maestro, sin
inmutarse, se puso de pie y dando la espalda a su rey, procedió a retirarse del
recinto.
-
¿Me das la espalda, anciano?
El Ministro de Educación y viejo
maestro, volteó y le dijo:
- Es lo mismo, mi señor: usted
corta las manos, los pies y lenguas, igual que aquel rey malvado, antepasado
suyo. La diferencia es que usted no derrama sangre, eso es a ojos vista; lo que
usted hace, es que se desangren por dentro.
- Sabe usted –dijo el rey
molesto, poniéndose de pie, apretando la empuñadura de su real espada: – puedo
destituirlo por lo que acaba de decir.
- Por supuesto, mi señor, lo sé.
– Dijo el viejo profesor y concluyó:- ¡Me cortará la cabeza, sin derramar una
gota de sangre! Eso es lo que hace un rey moderno, supongo. – Y luego, se
marchó.
Cuando hubo salido, se adelantó
el Ministro de Economía, y puso una carta de retiro con agradecimiento por los
servicios prestados al reino, para su sola firma. El Rey entonces, satisfecho
por cómo su Ministro de Economía se adelantaba a sus pensamientos, recomendó:
-
Busca un Ministro más joven –y suspiró como para darse ánimos
reflexivos:- Los viejos no tienen nada que perder, se ponen insolentes y
agresivos.
Al caer el sol, y solo en sus
aposentos reales, el Rey se dijo a sí mismo: «Cuando eres joven, pasas por
valiente; pero cuando eres viejo, pasas por estúpido». Y esa fue una de las
muchas noches que el Rey no pudo dormir tranquilo, soñando verse al espejo, y
ver que no era, en realidad, un Rey, sino la versión moderna de su sangriento antepasado.
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