Los soldados estaban es sus
puestos, las mujeres, los niños y ancianos, refugiados en los galpones. Los
almacenes abastecidos para sostener un asedio por lo menos dos meses más,
debido a la pandemia que azotaba a todos los reinos.
Los caballeros se apostaron al lado
del Rey, planeado la estrategia de defensa mientras los lores, sostenía cada
puerta y vigilaban desde las torres, el movimiento del enemigo, comunicando a
cada instante sus emplazamientos.
Desde el torreón mayor, un
caballero veía con tristeza los techos de las casas, cuya paja pronto ardería
en medio de la invasión del enemigo, que estaba en todas partes: apedreando
carretas de alimentos, exigiendo dinero, que los transporten gratis, a cobrar
sin trabajar, sembrando terror en todos los ciudadanos.
Otro caballero, miraba los
almacenes frustrado por no haber hallado la forma adecuada de apilar los
suministros de manera adecuada y evitar que se perdieran por golpes o
aplastamientos, gran parte de la cosecha de ese año. Abundancia que los
invasores envidiaban del reino y se había convertido en una minoría que
mantenía su poder mediante el terror y la violencia, apelando a que sus hijos
había nacido en el reino, reclamando derechos en un pueblo ajeno.
Los miembros de la guardia real
se lamentaban no haber previsto ese desborde, acostumbrados a ser un pueblo
pacífico que odiaba las guerras -`porque la conocían bien-, tenía que
enfrentarse a una que no la había pedido, y sin querer, propiciado una invasión,
confirmando que “no hay mal que por bien no venga”, traicionados en lo más
profundo de su corazón
Todos miraban con tristeza lo que
perderían ese día, mientras el sol se levantaba en el horizonte, quizás mucho,
no verían el atardecer.
Entonces el Rey, que había
luchado al lado de su abuelo desde niño, y con su padre cuando era aún
adolescente, miró a sus caballeros, lores y soldados, y sin dejar de mirar al
pueblo, les dijo:
- Los muros de esta ciudad están
hechas para defender nuestras vidas, y serán levantadas una y otra vez si acaso
son derribadas. Habrá tiempo para continuar nuestro trabajo, ya lo hemos
demostrado una y mil veces. Nada quedará pendiente. Los malvados nunca vencen,
eso está escrito.
Luego, dirigiéndose a todos,
preguntó:
- ¿Por quién van a luchar hoy?
Como era lógico de esperar, todos
gritaron: «¡Por el Rey!».
El soberano, se irguió montado en
su caballo de guerra, y dijo:
- No es por su Rey: es por ellos
–señalando el galpón, y sacando una voz nunca escuchada, arengó:- Esto vale más
que todo el oro del mundo. ¡Luchen por su hogar, por su tierra, por los suyos!
¡Luchen por su propia vida, y por la tierra que se merecen!
Fue el día exacto que aprendieron
una gran lección de su gran rey:
-
Morir no es la forma de probar el valor que uno
tiene, sino la luchar por el motivo exacto, por el cual el vivir, valga la
pena.
Desde entonces, nunca volvieron a
ser derrotados y mucho menos, invadidos.
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