miércoles, 7 de agosto de 2013

El fontanero del Rey


L

uego de que el Papa Gregorio IX, a través de su Vox in rama condenara a muerte a todos los gatos, por ser representantes del mal, y miles de ellos fueran quemados, las ratas empezaron a salir a morir solas en las calles. Cosa que le atribuyeron de inmediato a un “milagro” pontifical, cuando en realidad salían a morir víctimas de la peste negra, de la cual eran portadoras y causantes de la muerte de 50 millones de personas en Europa.

Nobles y soldados, campesinos y artesanos caía como moscas muertas en los caminos y campos, en las calles y las casas. Fue cuando el rey llamó a sus consejeros increpándoles si acaso eso ya no lo habían solucionado.

-            Fue Charles, el siervo abre zanjas quien estaba encargado de eso, mi lord. Todas las aguas servidas las canalizó él, pero ahora están estancadas y no cumple con su trabajo. - Atinó a informar uno de los consejeros del rey.

Años atrás cuando se presentó la primera gran epidemia, Charles, uno de los ingenieros más eficientes del reino, dio la solución:

- Debemos canalizar las acequias y taparla, desviar las aguas sucias hacia el mar y tener un ambiente más limpio higiénico -propuso.

El rey le dio entonces el encargo a Charles pues nadie quería hacerse cargo de esa tarea, por ser una empresa “demasiada asquerosa para un noble”. Y luego de que Charles aceptara dicha comisión, y las condiciones insalubres del reino desaparecieran, todos se olvidaron de que alguna vez hubo peste, y de paso, de olvidaron también, del buen Charles.

Pero cuando se presentó nuevamente una pandemia, todos buscaban no un remedio, y mucho menos una solución: debía encontrar un culpable. Y, aunque charles había dado la solución en una primera instancia, la presencia de la peste indicaba que era un total fracaso.

- El Culpables perfecto –dijo alguien.

- Mi Señor, Charles, el fontanero, no quiere venir dice que está ocupado – Explicó un escandalizado consejero real.

- Mi Rey, Charles, el fontanero, le manda a decir si le puede enviar siervos para que trabajen por él si quiere su presencia porque está muy ocupado, dice – se expresó un arquitecto del Rey, sentenciando:-  una falta de respeto, mi Su Señor.

- Lo amenacé con mi espada, mi lord, y se puso bravo, como la vez que fui a matar a sus 30 gatos… Definitivamente, no quiere hacerle caso, mi Señor… - y remarcó el jefe de la guardia imperial:- Dice que vaya usted.

  Esto último no agradó a nadie y menos atreverse a darle órdenes al rey, y peor aún, un ingeniero venido a menos, como fontanero. El rey se vistió con armaduras de guerra para impresionar y marchó hacia las zanjas de Charles, el fontanero.

Lo primero que el Rey dijo al verlo, fue:

- Encima, durmiendo en medio de esta zanja apestosa. Eres un irrespetuoso, Charles, ¿cómo te atreves a enfrentar a tu rey e intentar humillarlo viniendo yo a ti, y tú no a tu rey?

  Cuando los soldados lo levantaron, Charles no estaba durmiendo; estaba muerto en la zanja.

El rey ordenó entonces a todos sus soldados ocuparse del asunto, enterrar a Charles, olvidarse de él y asignar un reemplazo urgente.

Meses más tarde, la epidemia poco a poco empezó a menguar. Por su puesto que los pregoneros del Rey no solo agradecieron las oraciones de los mendigantes en las calles y del propio Papa, olvidándose de los médicos y enfermeras que atendían a los enfermos, ¡no! Si no que dedicaron días, meses y años en hacer escarnio de Charles, el fontanero, haciéndole responsable de la gran pandemia.

Mientras que el Rey, en su sillón de trabajo, daba los últimos toques a su edicto, encontró una carta sin abrir de Charles, el Ingeniero venido a fontanero, la cual nunca leyó, y decía:

“No soy muy dado a escribir y menos cuento con dotes poéticas, mi Señor, como para incomodarme por no tomar en cuenta mis cartas anteriores. No estoy tan cerca de palacio para asistir a sus fiestas y menos, visto y huelo bien, casi todo el tiempo. Me esposa me ha abandonado y mis hijos con ella, y está bien, al menos no los he condenado a la vida de fontanero, para quienes siempre me vieron como ingeniero. Pero mi poca vida social no silencia mis pedidos de herramientas, materiales, y más gente para realizar mi trabajo. Apenas dormimos mis pocos operarios y yo, y muchos abandonan el trabajo antes de terminar la semana. Otros cobran, y no regresan. Debería aprovechar los feriados para ir a palacio para hablar con usted, pero igual me quitan  valioso tiempo que debo dedicar a cumplir con la encomienda de mi señor. Sepa, que abrimos zanjas todos los días, desviamos las aguas sucias con las manos, peleamos con ratas y alimañas que se meten a los ductos, y que eliminamos con mis queridos gatos que han sobrevivido a la matanza. Todo eso hago y mis herramientas han envejecido, los siervos que me apoyaban encontraron algo mejor que hacer y las ratas y alimañas se multiplican más, y mis gatos han desaparecido uno a uno Señor, entristeciendo más mis días aquí. Si no me ayuda, las calamidades que usted y yo tememos, aparecerán irremediablemente. Sepa que extraño los campos y su olor a tierra mojada y los viñedos y la uvas recién pisadas, ver crecer las plantas y las flores de mi jardín,el amor de mi esposa y el la voz de mis hijos diciendo “papá”; pero, si mis servicios y mi talento son necesarios para el reino aquí, sepa que estaré de pie. Fiel a usted, espero su pronta respuesta”.

Al terminar de leer dicha carta, el Rey miraba el encabezado del edicto real:

“Por orden de su majestad y a partir de la fecha y para siempre, quede borrado el nombre de Charles, el fontanero, quien por su pereza, deslealtad y falta de amor por la patria y su Rey, hizo mal su trabajo, poniendo en grave peligro la integridad del reino, desatendiendo la labor encomendada para bien de todos. Prohíbase pues repetir su nombre, sea borrado del acta de nacimiento real, y expúlsese a todo aquel que mencione o tenga algo que ver con él. Su desobediencia es tomada como alta traición y un desplante al rey, un acto de sedición. Publiques, cúmplase y archívese.”

Deseó por un instante no ser Rey. Pero sabía bien que para que haya héroes, debía haber culpable, y que, en sus decisiones, no cabían ni dudas ni murmuraciones y menos, marcha atrás… y recodó la tarde en que caparon a su caballo. Fue entonces que, con un movimiento casi de espasmo, tiró la carta del buen Charles, al fuego de la chimenea real.

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