De un tiempo a esta parte, los
elefantes, que eran un símbolo patrio del reino, acompañante de tantas batalles
y orgullo nacional, invadían los poblados. No solo causaban destrozos y se
alimentaban desmesuradamente, sino que a su paso y en franca estampida, mucha
gente salía lastimada e incluso, perdían la vida.
-
Debemos matar a los elefantes más viejos – Dijo
uno de los consejeros.
-
Pero los elefantes viejos mantienen en orden la
manada, no están luchando por la supremacía como los macho alfa – dijo un
experto en vida animal.
-
No estamos para analizar la sociología animal. A
veces los elefantes más jóvenes se rebelan contra los más viejos y terminan
descargando su furia contra los humanos – Dijo el general.
-
Procedan – expresó el Rey, dando la orden a
matar a los elefantes viejos.
Pasado un tiempo, los elefantes
volvieron a invadir los poblados, destruyendo todo a su paso. Y a diferencia de
la primera vez, ahora eran más violentos, ya no tenían miedo al ruido de las
escopetas de los campesinos que se defendían como podían ante semejante ataque.
Al contrario, parecía violentarlos más.
-
Matemos a los machos alfa, lomo plateado – dijo
el Rey.
-
No creo que sea la solución, mi señor – se
adelantó el experto-. De alguna forma, lideran grupos, quizás si los separamos
y…
-
Y nada, -se adelantó el general-. Están en
tiempos de apareamiento, y es casi seguro que atacar a los humanos es una forma
de demostrar su liderazgo.
-
Como dije, machos alfa lomo plateado – concluyó
el Rey.
Pasaron semanas para que se
dieran cuenta que los elefantes machos que quedaron, eran apáticos. Apenas
comían y dormían. Las hembras, por el contrario, acompañadas por sus hijos pequeños,
empezaron a invadir nuevamente los poblados. Añadiendo, que con más violencia
que las anteriores y que ya ni si quiera esperaban la noche: atacaban a plena
luz del día. Y no les importaba ir con los elefantes más pequeños. Perdieron el
sentido de conservación y, peor aún, el de protección de la manada.
-
Ahora, ¿habrá que matar a las hembras o a los
machos tontos? – dijo el experto en animales, como burlándose del general.
-
Qué sugiere usted – dijo el Rey Retándolo.
-
Si me permite – se adelantó el general de los
ejércitos de su majestad, dispuesto a nunca perder en una polémica-. Si matamos
a las madres, tendremos elefantes machos bobos, y con ello, una “nueva
generación”, dejarán de imitar a los demás, y serán igualmente bobos, su
majestad.
-
Pero… -quiso intervenir el experto.
-
Suena lógico: padres mansos, hijos mansos...
«Bobos», dijo ¿no? –Asintió el militar- Proceda entonces, general.
Poco tiempo pasó para que se
dieran cuenta que, a la falta de elefantes hembras, los machos mansos empezaron
a extrañarlas. Y, como es de suponer, se pusieron nerviosos y empezaron a
atacar nuevamente a la población de humanos.
-
¿Ahora me van a decir que debemos matarlos a
todos? – Dijo el Rey desesperado ante la acción inútil de sus asesores.
-
Sin líderes y sin motivación natural, van a
buscar cualquier pretexto para atacar – dijo el experto, subiendo un poco el
tono de voz acostumbrado.
-
Hagamos que los más jóvenes ataquen a los
mayores, así dejarán de invadir los poblados, ocupados en sus propios asuntos –
dijo el general.
-
¿Y cómo
lo hará? – preguntó el Rey, intrigado.
-
Fácil, separarlos –y miró al experto animal, robando
una idea que ni si quiera, comprendía-. Así lucharán entre ellos por el
territorio y se alejaran de los poblados.
-
Excelente, mi general. Proceda –ordenó el Rey.
Solo cuando sintieron los golpes
intentando destruir las puertas del Castillo, el Rey se dio cuenta por primera
vez, que no estaba ante un enemigo con el cual se pudiera firmar un armisticio.
No. Eran grandes, eran fuertes, eran poderosos y… eran irracionales.
Y sintió la soledad de ser Rey.
Y, por primera vez, no supo qué hacer.
Domingo, 7 de febrero de 2021